martes, abril 11, 2006

Semana Santa













Bruno Marcos
Voy contracorriente. Contra mí una legión de cofrades con la cabeza descubierta, seguramente se dirigen hacia su punto de salida. Cada uno que pasa veo un rostro más antiguo, piel blanca, pelo negro, pelo peinado con agua, rictus, parece que avanzase hacia atrás en el tiempo, hacia la España de los sesenta, tres pasos más y más cofrades, los años cincuenta, los cuarenta, hasta que, al fin, unos chiquillos con sus túnicas pero con pelo largo, revuelto, incluso con algún piercing, me devuelven al presente.
En los bajos del palacio de los botines hay una exposición de Víctor de los Ríos, autor de todos nuestros pasos de semana santa y de muchas otras cosas. En el folleto de mano reproducen el fragmento de una entrevista que le hicieron en 1968. Le preguntan por los monumentos de España y dice: “Muy mal, están muy mal en todos los aspectos, están pésimamente emplazados y, además, estorban en las avenidas y calles. Ya es hora de que las ciudades europeas no emplacen más monumentos dentro de la metrópoli ni en sus jardines. Por malo que sea el paisaje, siempre es más noble que la ciudad para instalar en él una obra escultórica. El monumento urbano muere aplastado por las inmobiliarias y la circulación.”
¡Caramba con don Víctor, era el primer artista urbano efímero (por lo de los pasos que son esculturas que pasan) o el primer artista del land art, ahí donde lo ves, recordado por sus imaginerías de semana santa!
¡Cuántos enigmas! Dice la escueta biografía que, condicionado por duras circunstancias familiares, supo llegar a ser un gran artista neoclásico y que, luego, inició un giro hacia el cubismo que detuvo la enfermedad; sin embargo vivió hasta hace bien poco, 1909-1996.
Me han contado que el suegro de mi hermana, difunto hace muchísimo, era un negro de Don Víctor y que muchas de las figuras que los braceros pasean por nuestras calles pudieran tener más de él que del ilustre escultor. Para más detalle, diré que me han confesado que, cuando algún cliente llamaba, de improviso, a la puerta del estudio del artista, –sito, para más señas, en el arco de la cárcel, actual ccan y cnt- metía a estos ayudantes en los armarios y allí permanecían, en silencio y escuchando durante la visita, para que nadie sospechara que no todo el arte allí ejecutado salía de las manos geniales.
De vuelta a casa se me cruzan sus esculturas por la calle, me cierran el camino y tengo que pasar más de una hora en ese bar en forma de esquina que hay junto al convento, tan viejo, tan desastrado, de los que quedan pocos. Tal vez Víctor de los Ríos entró en él alguna vez y vio pasar sus propias esculturas. “¡Cuánto exceso fervoroso –pienso aburrido durante esa hora- en este mundo tan ateo!” Y, luego, me acuerdo, por cavilar de algo, de lo que nos comentó el espíritu de Haro Tecglen, hace dos días, en una comida deliciosa a la que nos invitó en el corazón del Bierzo. Decía él que toda su familia visita a un japonés que les clava agujas con fines terapéuticos y que también consultan con un iriólogo que adivina las enfermedades observando el iris del ojo, pero lo curioso es que esto lo contaba con cierta chisposidad mientras que, minutos antes, cuando comentaba que su tío anciano iba a misa, hacía un inciso explicando que no actuaba así por devoción sino por costumbre.
¡Qué interesante! ¿Tal vez toda esta marea de hombres, mujeres y niños disfrazados de penitentes en lugar de ir a misa vayan al japonés de la acupuntura o al iriólogo?
Surca la ventana de la tasca la última escultura de Don Víctor. Al final de la procesión veo yo las mías, cuatro nubes enormes de globos plateados, caminan más allá de las plañideras, los obispos y los abades. Son los parias, mis alumnos más desprovistos de todo, se conoce que se les ha presentado ese negocio. Uno de ellos me comunicó que no sabía leer como diciendo que llegado ya a ese punto, a ser hombre y no saber leer, que no le molestase con mis cosas. Y yo le enseñé, uno de los pocos días en que vino a clase, a calcar una moneda en un papel frotando con el lápiz por encima. Le dije, ante su emoción gráfica, en broma, que no intentase pagar en el mercado con los dibujos y él me contestó que si también salía con los billetes. Yo, como un rufián señorito, más tarde, usé el chascarrillo para hacer reír a mis amigos, y ahora aparece ahí, procesionando la nada que yo he esculpido en él, su miseria, la mía.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sólo contesto por vanidad, está claro, y lo hago para aclarar que si no soy capaz de entender a mi familia new age, mucho menos el fenómeno de la semana santa con sus procesiones y demás parafernalia: luchamos por eliminar el burka en Afganistán y aquí, sin embargo, nos empeñamos, nosotros y ellas -¡ellas!- en ponerlo.

abril 20, 2006 12:44 p. m.  

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